Quando no filme acabou o hino, o Politeama ainda terminava o seu cântico, ainda ia no marchons, marchons, e já as pessoas batiam palmas, eufóricas e felizes, contagiadas pela sensação de vitória, conscientes de que aquela horrível guerra ia acabar e de que todos tinham encontrado um novo lugar no mundo.
Luisinha, corada e ofegante, lançou-me os braços ao pescoço num impulso e beijou-me na boca, um beijo profundo, apaixonado. Senti a sua língua batalhar com a minha, entusiasmada, e o seu corpo tremer de agitação. Depois, olhou para mim e demos uma gargalhada, enquanto o Politeama batia palmas e mais palmas ao Casablanca. Olhei o fundo dos seus olhos, aproximei a boca ao seu ouvido e disse-lhe:
- Amo-te.
Procurou a verdade no meu olhar e descobriu-a. Abraçou-me feliz e disse:
- Eu sempre te amei.
Sentámo-nos e vimos o resto do filme de mão dada até ao fim, o amor a tomar conta de nós. E eu sabia que aquele não era o amor bonito, mas sem futuro, de Bogart e Bergman em Casablanca. Já tivera vários amores assim, nos meus anos em Lisboa, e não queria ter mais nenhum. Desta vez, eu não ia deixar partir a mulher que amava, como deixei partir Mary, Alice e Anika. Desta vez, a mulher vinha comigo.
Quando saímos para a rua, de mão dada, alheios ao facto de a família de Luisinha vir uns metros atrás de nós, abracei-a e beijei-a na testa. Depois, desafiei-a:
- Vem comigo. Vamos partir, só nós dois. Para a América, para o Brasil, tanto faz...
Os seus olhos brilharam e disseram que sim, e assim ficou decidido dentro dos nossos corações, e nem ligámos ao comentário feito pela mãe de Luisinha, uns metros ao nosso lado:
- Que filme horrível que a menina nos obrigou a ver!
Há pessoas sem coração e sem alma. | En la película terminó el himno, pero el Politeama todavía cantaba…marchons, marchons… y las personas ya habían comenzado a aplaudir, eufóricas y felices, contagiadas por la sensación de victoria, a sabiendas de que aquella guerra espantosa llegaba a su fin y de que todos habían encontrado un nuevo lugar en el mundo. Luisita, colorada y con el aliento entrecortado, en un impulso me echó los brazos al cuello y me besó en la boca, un beso profundo y apasionado. Sentí cómo su lengua se trababa en lucha con la mía, entusiasmada, y el cuerpo le temblaba de agitación. Después me miró y soltamos una carcajada, mientras todo el Politeama aplaudía y aplaudía Casablanca cada vez más. La miré a los ojos, tratando de ver en su interior, me acerqué a su oído y le susurré: - Te amo. Ella me miró a los ojos tratando de descubrir si había algo de verdad en mis palabras. Encontró lo que buscaba. Me abrazó, feliz, y dijo: - Yo siempre te amé. Nos sentamos y vimos el resto de la película de la mano, el amor se había adueñado de nosotros. Yo sabía que nuestro amor no era el amor bonito pero sin futuro de Bogart y Bergman en Casablanca. Ya había tenido varios de esos amores durante los años que estuve en Lisboa, y ya no me interesaban. Esta vez no iba a dejar escapar a la mujer que amaba, como lo había hecho con María, Alicia y Anika. Esta vez ella vendría conmigo. Cuando salimos a la calle, tomados de la mano y ajenos al hecho de que la familia de Luisita venía unos pocos metros detrás, la abracé y le di un beso en la frente. Después la desafié. - Ven conmigo. Vayámonos, los dos solos. Para América, para Brasil, a cualquier lado. Sus ojos brillaron en señal de afirmación, y así lo decidimos en nuestros corazones. Ni siquiera prestamos atención al comentario de la madre de Luisita, no muy lejos: - ¡Qué película horrible nos hizo ver esta chica! Hay personas sin corazón… y sin alma.
|